Pues bien, la reflexión que aquí
expongo comenzó un día en el que un cliente habitual muy educado y comprensivo
me regaló un halago… “Eres estupenda… y no me importa lo que haces..”
Sinceramente, y a riesgo de parecer
engreída esa frase la escuché un montón de veces sin que jamás razonara sobre
ello.
No sé por qué ese día me dio por
darles vueltas al tema: “…no me importa lo que haces”. … y… ¿qué hago? ¿Ofrecer
masajes? …
Me alegro mucho haber conseguido que
la mayoría de mis clientes no vean en esto un condicionante moral. En mi
trabajo cuidar la discreción ha sido uno de mis valores esenciales y nunca
expondría mis pensamientos abiertamente a alguien y menos aun sabiendo que la
intención de la persona es únicamente agradar.
La verdad es que yo nunca cuestione las
circunstancias que llevan a una persona a buscar un masaje o sexo de pago: jóvenes,
mayores, solteros o casados… Aunque no suene muy bien porque parezca que es “barrer
para casa”, la experiencia en este campo me hizo aprender que desde el chico excesivamente joven por el que
me preocupé, temiendo que gastara más de lo que tenía por disfrutar de un
masaje y que luego me razonó que era “inversión asegurada” ya que invitar a cena y copas a una chica no le
garantizaba conseguir lo que buscaba y esta opción le resultaba más rentable
hasta el sr. casado al que su esposa no le satisface en determinados aspectos
por desgaste de la rutina habitual. Cada persona vive una situación concreta y
es tan arriesgado emitir un juicio….
Entonces, yo me pregunto… ¿por qué
debe ser un condicionante lo que yo hago y no lo que hacen los demás?